pobladores de la zona sur de Honduras

pobladores de la zona sur de Honduras

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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“Una inundación masiva podría colapsar nuestra capacidad de respuesta sanitaria”, advirtió un médico del hospital regional en Choluteca.

La falta de inversión en infraestructuras resilientes pone en jaque a toda la región sur del país.

El desplazamiento forzado

El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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Esto no solo amenaza las infraestructuras, sino que compromete la atención médica en momentos de crisis.

“Una inundación masiva podría colapsar nuestra capacidad de respuesta sanitaria”, advirtió un médico del hospital regional en Choluteca.

La falta de inversión en infraestructuras resilientes pone en jaque a toda la región sur del país.

El desplazamiento forzado

El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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Además de las pérdidas de tierra, el estudio subraya que al menos seis hospitales hondureños están en zonas vulnerables a inundaciones.

Esto no solo amenaza las infraestructuras, sino que compromete la atención médica en momentos de crisis.

“Una inundación masiva podría colapsar nuestra capacidad de respuesta sanitaria”, advirtió un médico del hospital regional en Choluteca.

La falta de inversión en infraestructuras resilientes pone en jaque a toda la región sur del país.

El desplazamiento forzado

El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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Además de las pérdidas de tierra, el estudio subraya que al menos seis hospitales hondureños están en zonas vulnerables a inundaciones.

Esto no solo amenaza las infraestructuras, sino que compromete la atención médica en momentos de crisis.

“Una inundación masiva podría colapsar nuestra capacidad de respuesta sanitaria”, advirtió un médico del hospital regional en Choluteca.

La falta de inversión en infraestructuras resilientes pone en jaque a toda la región sur del país.

El desplazamiento forzado

El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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En comunidades como las del Golfo de Fonseca, los habitantes han visto desaparecer manglares que servían de barrera natural contra el avance del agua.

“El cambio climático no solo es un concepto para nosotros, lo vivimos todos los días”, afirma Rosa Martínez, madre de tres hijos que tuvo que reubicarse unas dos veces en la última década.

Impactos más allá del territorio

Además de las pérdidas de tierra, el estudio subraya que al menos seis hospitales hondureños están en zonas vulnerables a inundaciones.

Esto no solo amenaza las infraestructuras, sino que compromete la atención médica en momentos de crisis.

“Una inundación masiva podría colapsar nuestra capacidad de respuesta sanitaria”, advirtió un médico del hospital regional en Choluteca.

La falta de inversión en infraestructuras resilientes pone en jaque a toda la región sur del país.

El desplazamiento forzado

El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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Estas regiones, vitales para la pesca, el turismo y la agricultura, son extremadamente sensibles a la intrusión de agua salada y al aumento de fenómenos climáticos extremos.

En comunidades como las del Golfo de Fonseca, los habitantes han visto desaparecer manglares que servían de barrera natural contra el avance del agua.

“El cambio climático no solo es un concepto para nosotros, lo vivimos todos los días”, afirma Rosa Martínez, madre de tres hijos que tuvo que reubicarse unas dos veces en la última década.

Impactos más allá del territorio

Además de las pérdidas de tierra, el estudio subraya que al menos seis hospitales hondureños están en zonas vulnerables a inundaciones.

Esto no solo amenaza las infraestructuras, sino que compromete la atención médica en momentos de crisis.

“Una inundación masiva podría colapsar nuestra capacidad de respuesta sanitaria”, advirtió un médico del hospital regional en Choluteca.

La falta de inversión en infraestructuras resilientes pone en jaque a toda la región sur del país.

El desplazamiento forzado

El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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Según el informe de la CEPAL, 417,979 hondureños habitan áreas a menos de 10 metros sobre el nivel del mar.

Estas regiones, vitales para la pesca, el turismo y la agricultura, son extremadamente sensibles a la intrusión de agua salada y al aumento de fenómenos climáticos extremos.

En comunidades como las del Golfo de Fonseca, los habitantes han visto desaparecer manglares que servían de barrera natural contra el avance del agua.

“El cambio climático no solo es un concepto para nosotros, lo vivimos todos los días”, afirma Rosa Martínez, madre de tres hijos que tuvo que reubicarse unas dos veces en la última década.

Impactos más allá del territorio

Además de las pérdidas de tierra, el estudio subraya que al menos seis hospitales hondureños están en zonas vulnerables a inundaciones.

Esto no solo amenaza las infraestructuras, sino que compromete la atención médica en momentos de crisis.

“Una inundación masiva podría colapsar nuestra capacidad de respuesta sanitaria”, advirtió un médico del hospital regional en Choluteca.

La falta de inversión en infraestructuras resilientes pone en jaque a toda la región sur del país.

El desplazamiento forzado

El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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Según el informe de la CEPAL, 417,979 hondureños habitan áreas a menos de 10 metros sobre el nivel del mar.

Estas regiones, vitales para la pesca, el turismo y la agricultura, son extremadamente sensibles a la intrusión de agua salada y al aumento de fenómenos climáticos extremos.

En comunidades como las del Golfo de Fonseca, los habitantes han visto desaparecer manglares que servían de barrera natural contra el avance del agua.

“El cambio climático no solo es un concepto para nosotros, lo vivimos todos los días”, afirma Rosa Martínez, madre de tres hijos que tuvo que reubicarse unas dos veces en la última década.

Impactos más allá del territorio

Además de las pérdidas de tierra, el estudio subraya que al menos seis hospitales hondureños están en zonas vulnerables a inundaciones.

Esto no solo amenaza las infraestructuras, sino que compromete la atención médica en momentos de crisis.

“Una inundación masiva podría colapsar nuestra capacidad de respuesta sanitaria”, advirtió un médico del hospital regional en Choluteca.

La falta de inversión en infraestructuras resilientes pone en jaque a toda la región sur del país.

El desplazamiento forzado

El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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Gran parte de las construcciones, incluidas las modestas viviendas de pescadores y los negocios turísticos, han sido abandonadas debido a los graves daños ocasionados por el avance del agua.

Este acelerado incremento del nivel del mar también pone en peligro a los manglares, que, al ser una barrera natural esencial para proteger la costa, no cuentan con el tiempo necesario para adaptarse a estos cambios drásticos.

Honduras, líder en la zona más vulnerable

Según el informe de la CEPAL, 417,979 hondureños habitan áreas a menos de 10 metros sobre el nivel del mar.

Estas regiones, vitales para la pesca, el turismo y la agricultura, son extremadamente sensibles a la intrusión de agua salada y al aumento de fenómenos climáticos extremos.

En comunidades como las del Golfo de Fonseca, los habitantes han visto desaparecer manglares que servían de barrera natural contra el avance del agua.

“El cambio climático no solo es un concepto para nosotros, lo vivimos todos los días”, afirma Rosa Martínez, madre de tres hijos que tuvo que reubicarse unas dos veces en la última década.

Impactos más allá del territorio

Además de las pérdidas de tierra, el estudio subraya que al menos seis hospitales hondureños están en zonas vulnerables a inundaciones.

Esto no solo amenaza las infraestructuras, sino que compromete la atención médica en momentos de crisis.

“Una inundación masiva podría colapsar nuestra capacidad de respuesta sanitaria”, advirtió un médico del hospital regional en Choluteca.

La falta de inversión en infraestructuras resilientes pone en jaque a toda la región sur del país.

El desplazamiento forzado

El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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Más de 1.74 millones de centroamericanos viven en zonas costeras bajas expuestas a inundaciones, erosión y pérdida de tierras, y Honduras es el país más afectado en la región.

Gran parte de las construcciones, incluidas las modestas viviendas de pescadores y los negocios turísticos, han sido abandonadas debido a los graves daños ocasionados por el avance del agua.

Este acelerado incremento del nivel del mar también pone en peligro a los manglares, que, al ser una barrera natural esencial para proteger la costa, no cuentan con el tiempo necesario para adaptarse a estos cambios drásticos.

Honduras, líder en la zona más vulnerable

Según el informe de la CEPAL, 417,979 hondureños habitan áreas a menos de 10 metros sobre el nivel del mar.

Estas regiones, vitales para la pesca, el turismo y la agricultura, son extremadamente sensibles a la intrusión de agua salada y al aumento de fenómenos climáticos extremos.

En comunidades como las del Golfo de Fonseca, los habitantes han visto desaparecer manglares que servían de barrera natural contra el avance del agua.

“El cambio climático no solo es un concepto para nosotros, lo vivimos todos los días”, afirma Rosa Martínez, madre de tres hijos que tuvo que reubicarse unas dos veces en la última década.

Impactos más allá del territorio

Además de las pérdidas de tierra, el estudio subraya que al menos seis hospitales hondureños están en zonas vulnerables a inundaciones.

Esto no solo amenaza las infraestructuras, sino que compromete la atención médica en momentos de crisis.

“Una inundación masiva podría colapsar nuestra capacidad de respuesta sanitaria”, advirtió un médico del hospital regional en Choluteca.

La falta de inversión en infraestructuras resilientes pone en jaque a toda la región sur del país.

El desplazamiento forzado

El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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Como Pedro, miles de hondureños enfrentan el avance del mar, una crisis que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) alerta como un riesgo creciente.

Más de 1.74 millones de centroamericanos viven en zonas costeras bajas expuestas a inundaciones, erosión y pérdida de tierras, y Honduras es el país más afectado en la región.

Gran parte de las construcciones, incluidas las modestas viviendas de pescadores y los negocios turísticos, han sido abandonadas debido a los graves daños ocasionados por el avance del agua.

Este acelerado incremento del nivel del mar también pone en peligro a los manglares, que, al ser una barrera natural esencial para proteger la costa, no cuentan con el tiempo necesario para adaptarse a estos cambios drásticos.

Honduras, líder en la zona más vulnerable

Según el informe de la CEPAL, 417,979 hondureños habitan áreas a menos de 10 metros sobre el nivel del mar.

Estas regiones, vitales para la pesca, el turismo y la agricultura, son extremadamente sensibles a la intrusión de agua salada y al aumento de fenómenos climáticos extremos.

En comunidades como las del Golfo de Fonseca, los habitantes han visto desaparecer manglares que servían de barrera natural contra el avance del agua.

“El cambio climático no solo es un concepto para nosotros, lo vivimos todos los días”, afirma Rosa Martínez, madre de tres hijos que tuvo que reubicarse unas dos veces en la última década.

Impactos más allá del territorio

Además de las pérdidas de tierra, el estudio subraya que al menos seis hospitales hondureños están en zonas vulnerables a inundaciones.

Esto no solo amenaza las infraestructuras, sino que compromete la atención médica en momentos de crisis.

“Una inundación masiva podría colapsar nuestra capacidad de respuesta sanitaria”, advirtió un médico del hospital regional en Choluteca.

La falta de inversión en infraestructuras resilientes pone en jaque a toda la región sur del país.

El desplazamiento forzado

El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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“Estas tierras están bajo el agua”, relata Pedro López, un pescador de 52 años de San Lorenzo, Valle. Este hombre relata que las olas no solo rompen, sino que arrasan. “El mar avanza y no sabemos cómo detenerlo”.

Como Pedro, miles de hondureños enfrentan el avance del mar, una crisis que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) alerta como un riesgo creciente.

Más de 1.74 millones de centroamericanos viven en zonas costeras bajas expuestas a inundaciones, erosión y pérdida de tierras, y Honduras es el país más afectado en la región.

Gran parte de las construcciones, incluidas las modestas viviendas de pescadores y los negocios turísticos, han sido abandonadas debido a los graves daños ocasionados por el avance del agua.

Este acelerado incremento del nivel del mar también pone en peligro a los manglares, que, al ser una barrera natural esencial para proteger la costa, no cuentan con el tiempo necesario para adaptarse a estos cambios drásticos.

Honduras, líder en la zona más vulnerable

Según el informe de la CEPAL, 417,979 hondureños habitan áreas a menos de 10 metros sobre el nivel del mar.

Estas regiones, vitales para la pesca, el turismo y la agricultura, son extremadamente sensibles a la intrusión de agua salada y al aumento de fenómenos climáticos extremos.

En comunidades como las del Golfo de Fonseca, los habitantes han visto desaparecer manglares que servían de barrera natural contra el avance del agua.

“El cambio climático no solo es un concepto para nosotros, lo vivimos todos los días”, afirma Rosa Martínez, madre de tres hijos que tuvo que reubicarse unas dos veces en la última década.

Impactos más allá del territorio

Además de las pérdidas de tierra, el estudio subraya que al menos seis hospitales hondureños están en zonas vulnerables a inundaciones.

Esto no solo amenaza las infraestructuras, sino que compromete la atención médica en momentos de crisis.

“Una inundación masiva podría colapsar nuestra capacidad de respuesta sanitaria”, advirtió un médico del hospital regional en Choluteca.

La falta de inversión en infraestructuras resilientes pone en jaque a toda la región sur del país.

El desplazamiento forzado

El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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En las costas de Honduras, las olas no solo se llevan la arena, sino también los sueños de miles de familias que ven cómo el mar avanza implacable. Un estudio de la CEPAL revela que más de 417 mil hondureños viven en riesgo por el aumento del nivel del mar.

Honduras y Panamá tienen más población en zonas costeras bajas, las más afectadas por el aumento en el nivel del mar.

“Estas tierras están bajo el agua”, relata Pedro López, un pescador de 52 años de San Lorenzo, Valle. Este hombre relata que las olas no solo rompen, sino que arrasan. “El mar avanza y no sabemos cómo detenerlo”.

Como Pedro, miles de hondureños enfrentan el avance del mar, una crisis que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) alerta como un riesgo creciente.

Más de 1.74 millones de centroamericanos viven en zonas costeras bajas expuestas a inundaciones, erosión y pérdida de tierras, y Honduras es el país más afectado en la región.

Gran parte de las construcciones, incluidas las modestas viviendas de pescadores y los negocios turísticos, han sido abandonadas debido a los graves daños ocasionados por el avance del agua.

Este acelerado incremento del nivel del mar también pone en peligro a los manglares, que, al ser una barrera natural esencial para proteger la costa, no cuentan con el tiempo necesario para adaptarse a estos cambios drásticos.

Honduras, líder en la zona más vulnerable

Según el informe de la CEPAL, 417,979 hondureños habitan áreas a menos de 10 metros sobre el nivel del mar.

Estas regiones, vitales para la pesca, el turismo y la agricultura, son extremadamente sensibles a la intrusión de agua salada y al aumento de fenómenos climáticos extremos.

En comunidades como las del Golfo de Fonseca, los habitantes han visto desaparecer manglares que servían de barrera natural contra el avance del agua.

“El cambio climático no solo es un concepto para nosotros, lo vivimos todos los días”, afirma Rosa Martínez, madre de tres hijos que tuvo que reubicarse unas dos veces en la última década.

Impactos más allá del territorio

Además de las pérdidas de tierra, el estudio subraya que al menos seis hospitales hondureños están en zonas vulnerables a inundaciones.

Esto no solo amenaza las infraestructuras, sino que compromete la atención médica en momentos de crisis.

“Una inundación masiva podría colapsar nuestra capacidad de respuesta sanitaria”, advirtió un médico del hospital regional en Choluteca.

La falta de inversión en infraestructuras resilientes pone en jaque a toda la región sur del país.

El desplazamiento forzado

El aumento del nivel del mar no solo afecta las tierras y los servicios, sino que obliga a miles de personas a abandonar sus hogares.

“¿A dónde iremos cuando ya no haya dónde vivir?”, se pregunta Pedro. La intrusión salina dejó inutilizables sus tierras para la agricultura, forzando a su familia a depender únicamente de la pesca, una actividad cada vez menos rentable.

La CEPAL advierte que sin medidas urgentes el nivel del mar podría aumentar más de un metro en los próximos cien años, acelerando el desplazamiento de comunidades enteras.

A nivel global, este incremento ya ha sido evidente, con una subida de 0.20 metros registrada entre 1901 y 2018.

Las soluciones incluyen la reforestación de manglares, la construcción de infraestructuras resilientes y, sobre todo, la reducción de emisiones globales que exacerban el cambio climático.

“El mar no espera”

El relato de Pedro y Rosa es un grito de auxilio desde las costas hondureñas. “Solo queremos que nuestros hijos tengan una tierra donde vivir”, concluye Rosa.

Mientras tanto, el mar sigue avanzando, recordándole a Centroamérica y al mundo que el cambio climático no tiene fronteras y que la acción debe ser ahora.



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