Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
Honduras encabeza la lista de países con más solicitudes de asilo infantil en México: 55,834 entre 2019 y julio de 2024.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
Honduras encabeza la lista de países con más solicitudes de asilo infantil en México: 55,834 entre 2019 y julio de 2024.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
Cuatro razones principales impulsan esta huida masiva de niñas, niños y adolescentes, según Unicef y organizaciones locales:
Honduras encabeza la lista de países con más solicitudes de asilo infantil en México: 55,834 entre 2019 y julio de 2024.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
Según datos del Proyecto Migrantes Desaparecidos de la OIM, entre enero y junio de 2024, 782 personas migrantes murieron o desaparecieron en la frontera entre México y Estados Unidos; 40 de ellas eran niñas, niños o adolescentes.
La creciente presencia de menores en movilidad deja en evidencia las profundas fallas estructurales de sus países de origen y las rutas migratorias plagadas de peligros.
Cuatro razones principales impulsan esta huida masiva de niñas, niños y adolescentes, según Unicef y organizaciones locales:
Honduras encabeza la lista de países con más solicitudes de asilo infantil en México: 55,834 entre 2019 y julio de 2024.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
Su mirada refleja la inocencia robada por un sistema que no ofrece alternativas a quienes nacen en la adversidad. Como ella, miles de menores abandonan Honduras cada año en busca de un futuro mejor.
Según datos del Proyecto Migrantes Desaparecidos de la OIM, entre enero y junio de 2024, 782 personas migrantes murieron o desaparecieron en la frontera entre México y Estados Unidos; 40 de ellas eran niñas, niños o adolescentes.
La creciente presencia de menores en movilidad deja en evidencia las profundas fallas estructurales de sus países de origen y las rutas migratorias plagadas de peligros.
Cuatro razones principales impulsan esta huida masiva de niñas, niños y adolescentes, según Unicef y organizaciones locales:
Honduras encabeza la lista de países con más solicitudes de asilo infantil en México: 55,834 entre 2019 y julio de 2024.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
En un rincón del albergue en Chiapas, una niña hondureña de apenas 10 años sostiene con fuerza la muñeca que logró salvar antes de emprender un viaje que jamás imaginó.
Su mirada refleja la inocencia robada por un sistema que no ofrece alternativas a quienes nacen en la adversidad. Como ella, miles de menores abandonan Honduras cada año en busca de un futuro mejor.
Según datos del Proyecto Migrantes Desaparecidos de la OIM, entre enero y junio de 2024, 782 personas migrantes murieron o desaparecieron en la frontera entre México y Estados Unidos; 40 de ellas eran niñas, niños o adolescentes.
La creciente presencia de menores en movilidad deja en evidencia las profundas fallas estructurales de sus países de origen y las rutas migratorias plagadas de peligros.
Cuatro razones principales impulsan esta huida masiva de niñas, niños y adolescentes, según Unicef y organizaciones locales:
Honduras encabeza la lista de países con más solicitudes de asilo infantil en México: 55,834 entre 2019 y julio de 2024.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
En un rincón del albergue en Chiapas, una niña hondureña de apenas 10 años sostiene con fuerza la muñeca que logró salvar antes de emprender un viaje que jamás imaginó.
Su mirada refleja la inocencia robada por un sistema que no ofrece alternativas a quienes nacen en la adversidad. Como ella, miles de menores abandonan Honduras cada año en busca de un futuro mejor.
Según datos del Proyecto Migrantes Desaparecidos de la OIM, entre enero y junio de 2024, 782 personas migrantes murieron o desaparecieron en la frontera entre México y Estados Unidos; 40 de ellas eran niñas, niños o adolescentes.
La creciente presencia de menores en movilidad deja en evidencia las profundas fallas estructurales de sus países de origen y las rutas migratorias plagadas de peligros.
Cuatro razones principales impulsan esta huida masiva de niñas, niños y adolescentes, según Unicef y organizaciones locales:
Honduras encabeza la lista de países con más solicitudes de asilo infantil en México: 55,834 entre 2019 y julio de 2024.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
La dramática estadística muestra la urgencia de abordar las raíces del fenómeno migratorio infantil y de establecer medidas de protección más eficaces en las rutas de tránsito y destino.
Honduras, como principal punto de origen, queda en el centro del debate sobre la responsabilidad compartida en esta crisis humanitaria.
En un rincón del albergue en Chiapas, una niña hondureña de apenas 10 años sostiene con fuerza la muñeca que logró salvar antes de emprender un viaje que jamás imaginó.
Su mirada refleja la inocencia robada por un sistema que no ofrece alternativas a quienes nacen en la adversidad. Como ella, miles de menores abandonan Honduras cada año en busca de un futuro mejor.
Según datos del Proyecto Migrantes Desaparecidos de la OIM, entre enero y junio de 2024, 782 personas migrantes murieron o desaparecieron en la frontera entre México y Estados Unidos; 40 de ellas eran niñas, niños o adolescentes.
La creciente presencia de menores en movilidad deja en evidencia las profundas fallas estructurales de sus países de origen y las rutas migratorias plagadas de peligros.
Cuatro razones principales impulsan esta huida masiva de niñas, niños y adolescentes, según Unicef y organizaciones locales:
Honduras encabeza la lista de países con más solicitudes de asilo infantil en México: 55,834 entre 2019 y julio de 2024.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
Las rutas migratorias, controladas por el crimen organizado, no solo representan un desafío logístico, sino una amenaza constante para su integridad y futuro.
La dramática estadística muestra la urgencia de abordar las raíces del fenómeno migratorio infantil y de establecer medidas de protección más eficaces en las rutas de tránsito y destino.
Honduras, como principal punto de origen, queda en el centro del debate sobre la responsabilidad compartida en esta crisis humanitaria.
En un rincón del albergue en Chiapas, una niña hondureña de apenas 10 años sostiene con fuerza la muñeca que logró salvar antes de emprender un viaje que jamás imaginó.
Su mirada refleja la inocencia robada por un sistema que no ofrece alternativas a quienes nacen en la adversidad. Como ella, miles de menores abandonan Honduras cada año en busca de un futuro mejor.
Según datos del Proyecto Migrantes Desaparecidos de la OIM, entre enero y junio de 2024, 782 personas migrantes murieron o desaparecieron en la frontera entre México y Estados Unidos; 40 de ellas eran niñas, niños o adolescentes.
La creciente presencia de menores en movilidad deja en evidencia las profundas fallas estructurales de sus países de origen y las rutas migratorias plagadas de peligros.
Cuatro razones principales impulsan esta huida masiva de niñas, niños y adolescentes, según Unicef y organizaciones locales:
Honduras encabeza la lista de países con más solicitudes de asilo infantil en México: 55,834 entre 2019 y julio de 2024.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
En su recorrido, los menores enfrentan riesgos alarmantes, desde caer en manos de redes de trata y explotación, hasta padecer violencia física y psicológica.
Las rutas migratorias, controladas por el crimen organizado, no solo representan un desafío logístico, sino una amenaza constante para su integridad y futuro.
La dramática estadística muestra la urgencia de abordar las raíces del fenómeno migratorio infantil y de establecer medidas de protección más eficaces en las rutas de tránsito y destino.
Honduras, como principal punto de origen, queda en el centro del debate sobre la responsabilidad compartida en esta crisis humanitaria.
En un rincón del albergue en Chiapas, una niña hondureña de apenas 10 años sostiene con fuerza la muñeca que logró salvar antes de emprender un viaje que jamás imaginó.
Su mirada refleja la inocencia robada por un sistema que no ofrece alternativas a quienes nacen en la adversidad. Como ella, miles de menores abandonan Honduras cada año en busca de un futuro mejor.
Según datos del Proyecto Migrantes Desaparecidos de la OIM, entre enero y junio de 2024, 782 personas migrantes murieron o desaparecieron en la frontera entre México y Estados Unidos; 40 de ellas eran niñas, niños o adolescentes.
La creciente presencia de menores en movilidad deja en evidencia las profundas fallas estructurales de sus países de origen y las rutas migratorias plagadas de peligros.
Cuatro razones principales impulsan esta huida masiva de niñas, niños y adolescentes, según Unicef y organizaciones locales:
Honduras encabeza la lista de países con más solicitudes de asilo infantil en México: 55,834 entre 2019 y julio de 2024.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
Esta migración masiva refleja los efectos de la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades que obligan a miles de familias a emprender peligrosos trayectos hacia el norte del continente.
En su recorrido, los menores enfrentan riesgos alarmantes, desde caer en manos de redes de trata y explotación, hasta padecer violencia física y psicológica.
Las rutas migratorias, controladas por el crimen organizado, no solo representan un desafío logístico, sino una amenaza constante para su integridad y futuro.
La dramática estadística muestra la urgencia de abordar las raíces del fenómeno migratorio infantil y de establecer medidas de protección más eficaces en las rutas de tránsito y destino.
Honduras, como principal punto de origen, queda en el centro del debate sobre la responsabilidad compartida en esta crisis humanitaria.
En un rincón del albergue en Chiapas, una niña hondureña de apenas 10 años sostiene con fuerza la muñeca que logró salvar antes de emprender un viaje que jamás imaginó.
Su mirada refleja la inocencia robada por un sistema que no ofrece alternativas a quienes nacen en la adversidad. Como ella, miles de menores abandonan Honduras cada año en busca de un futuro mejor.
Según datos del Proyecto Migrantes Desaparecidos de la OIM, entre enero y junio de 2024, 782 personas migrantes murieron o desaparecieron en la frontera entre México y Estados Unidos; 40 de ellas eran niñas, niños o adolescentes.
La creciente presencia de menores en movilidad deja en evidencia las profundas fallas estructurales de sus países de origen y las rutas migratorias plagadas de peligros.
Cuatro razones principales impulsan esta huida masiva de niñas, niños y adolescentes, según Unicef y organizaciones locales:
Honduras encabeza la lista de países con más solicitudes de asilo infantil en México: 55,834 entre 2019 y julio de 2024.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
La cifra, proporcionada por la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), posiciona a Honduras como el país con mayor número de menores que buscan refugio en México, superando ampliamente a otras naciones de la región.
Esta migración masiva refleja los efectos de la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades que obligan a miles de familias a emprender peligrosos trayectos hacia el norte del continente.
En su recorrido, los menores enfrentan riesgos alarmantes, desde caer en manos de redes de trata y explotación, hasta padecer violencia física y psicológica.
Las rutas migratorias, controladas por el crimen organizado, no solo representan un desafío logístico, sino una amenaza constante para su integridad y futuro.
La dramática estadística muestra la urgencia de abordar las raíces del fenómeno migratorio infantil y de establecer medidas de protección más eficaces en las rutas de tránsito y destino.
Honduras, como principal punto de origen, queda en el centro del debate sobre la responsabilidad compartida en esta crisis humanitaria.
En un rincón del albergue en Chiapas, una niña hondureña de apenas 10 años sostiene con fuerza la muñeca que logró salvar antes de emprender un viaje que jamás imaginó.
Su mirada refleja la inocencia robada por un sistema que no ofrece alternativas a quienes nacen en la adversidad. Como ella, miles de menores abandonan Honduras cada año en busca de un futuro mejor.
Según datos del Proyecto Migrantes Desaparecidos de la OIM, entre enero y junio de 2024, 782 personas migrantes murieron o desaparecieron en la frontera entre México y Estados Unidos; 40 de ellas eran niñas, niños o adolescentes.
La creciente presencia de menores en movilidad deja en evidencia las profundas fallas estructurales de sus países de origen y las rutas migratorias plagadas de peligros.
Cuatro razones principales impulsan esta huida masiva de niñas, niños y adolescentes, según Unicef y organizaciones locales:
Honduras encabeza la lista de países con más solicitudes de asilo infantil en México: 55,834 entre 2019 y julio de 2024.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
Más de 55,000 niñas, niños y adolescentes hondureños solicitaron asilo en México en los últimos cinco años, revelando una crisis humanitaria que afecta profundamente a los menores en contexto de movilidad.
La cifra, proporcionada por la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), posiciona a Honduras como el país con mayor número de menores que buscan refugio en México, superando ampliamente a otras naciones de la región.
Esta migración masiva refleja los efectos de la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades que obligan a miles de familias a emprender peligrosos trayectos hacia el norte del continente.
En su recorrido, los menores enfrentan riesgos alarmantes, desde caer en manos de redes de trata y explotación, hasta padecer violencia física y psicológica.
Las rutas migratorias, controladas por el crimen organizado, no solo representan un desafío logístico, sino una amenaza constante para su integridad y futuro.
La dramática estadística muestra la urgencia de abordar las raíces del fenómeno migratorio infantil y de establecer medidas de protección más eficaces en las rutas de tránsito y destino.
Honduras, como principal punto de origen, queda en el centro del debate sobre la responsabilidad compartida en esta crisis humanitaria.
En un rincón del albergue en Chiapas, una niña hondureña de apenas 10 años sostiene con fuerza la muñeca que logró salvar antes de emprender un viaje que jamás imaginó.
Su mirada refleja la inocencia robada por un sistema que no ofrece alternativas a quienes nacen en la adversidad. Como ella, miles de menores abandonan Honduras cada año en busca de un futuro mejor.
Según datos del Proyecto Migrantes Desaparecidos de la OIM, entre enero y junio de 2024, 782 personas migrantes murieron o desaparecieron en la frontera entre México y Estados Unidos; 40 de ellas eran niñas, niños o adolescentes.
La creciente presencia de menores en movilidad deja en evidencia las profundas fallas estructurales de sus países de origen y las rutas migratorias plagadas de peligros.
Cuatro razones principales impulsan esta huida masiva de niñas, niños y adolescentes, según Unicef y organizaciones locales:
Honduras encabeza la lista de países con más solicitudes de asilo infantil en México: 55,834 entre 2019 y julio de 2024.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.
Esta migración masiva refleja los efectos de la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades que obligan a miles de familias a emprender peligrosos trayectos hacia el norte.
Niños migrantes hondureños en su travesía hacia México enfrentan riesgos extremos, pero mantienen la esperanza de un futuro mejor. La ruta, marcada por la incertidumbre y el peligro, es un reflejo de la crisis que afecta a la niñez en movilidad. Foto creada con IA.
Más de 55,000 niñas, niños y adolescentes hondureños solicitaron asilo en México en los últimos cinco años, revelando una crisis humanitaria que afecta profundamente a los menores en contexto de movilidad.
La cifra, proporcionada por la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), posiciona a Honduras como el país con mayor número de menores que buscan refugio en México, superando ampliamente a otras naciones de la región.
Esta migración masiva refleja los efectos de la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades que obligan a miles de familias a emprender peligrosos trayectos hacia el norte del continente.
En su recorrido, los menores enfrentan riesgos alarmantes, desde caer en manos de redes de trata y explotación, hasta padecer violencia física y psicológica.
Las rutas migratorias, controladas por el crimen organizado, no solo representan un desafío logístico, sino una amenaza constante para su integridad y futuro.
La dramática estadística muestra la urgencia de abordar las raíces del fenómeno migratorio infantil y de establecer medidas de protección más eficaces en las rutas de tránsito y destino.
Honduras, como principal punto de origen, queda en el centro del debate sobre la responsabilidad compartida en esta crisis humanitaria.
En un rincón del albergue en Chiapas, una niña hondureña de apenas 10 años sostiene con fuerza la muñeca que logró salvar antes de emprender un viaje que jamás imaginó.
Su mirada refleja la inocencia robada por un sistema que no ofrece alternativas a quienes nacen en la adversidad. Como ella, miles de menores abandonan Honduras cada año en busca de un futuro mejor.
Según datos del Proyecto Migrantes Desaparecidos de la OIM, entre enero y junio de 2024, 782 personas migrantes murieron o desaparecieron en la frontera entre México y Estados Unidos; 40 de ellas eran niñas, niños o adolescentes.
La creciente presencia de menores en movilidad deja en evidencia las profundas fallas estructurales de sus países de origen y las rutas migratorias plagadas de peligros.
Cuatro razones principales impulsan esta huida masiva de niñas, niños y adolescentes, según Unicef y organizaciones locales:
Honduras encabeza la lista de países con más solicitudes de asilo infantil en México: 55,834 entre 2019 y julio de 2024.
En segundo lugar Chile con 12,598; le sigue Brasil con 10,866; Haití 10,338; El Salvador 9,252; Guatemala 7,864; Venezuela 6,880 y Cuba 6,102.
Esto coincide con el contexto político y de seguridad que se vive en dichos países. A ello, cabe recalcar que quienes tienen la nacionalidad chilena y brasileña son hijos e hijas de padres y/o madres de origen haitiano.
El trayecto está lejos de ser seguro. Las rutas migratorias atraviesan territorios controlados por el crimen organizado, exponiendo a los menores a secuestros, violencia sexual y explotación.
“No importa si viajan solos o acompañados, el riesgo es el mismo”, explica Luis Villagrán, activista de derechos humanos en Tapachula.
En muchos casos, los menores son utilizados como herramientas de presión: el secuestro es una moneda de cambio para exigir rescates a familiares en el extranjero.
En otros, los traficantes convierten la promesa de cruzar la frontera en un calvario de abuso. Varones terminan explotados en cultivos agrícolas, mientras niñas y adolescentes son víctimas de trata con fines sexuales o laborales.
Aunque la problemática abarca a toda la región, los menores hondureños enfrentan una vulnerabilidad extrema.
La pobreza crónica, la violencia doméstica y la falta de apoyo institucional convierten al país en un caldo de cultivo para la migración infantil.
Según un informe de Unicef, los menores hondureños que migran no solo enfrentan riesgos físicos, sino también daños irreparables en su salud mental.
Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales urgen a los gobiernos de la región a establecer medidas de protección para las niñas, niños y adolescentes en contextos de movilidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.
La historia de la niña hondureña con su muñeca en el albergue es apenas una de las miles que esperan ser escuchadas.
Mientras tanto, la niñez migrante seguirá siendo el rostro más vulnerable de una crisis humanitaria que no encuentra fin.
“No se trata solo de cruzar una frontera; se trata de recuperar la infancia que les robaron”, concluye Villagrán.