Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
“En uno de los últimos operativos encontramos marquillas, que identifican al grupo delictivo dueño de la droga y las rutas por las que la transportan,” explica un oficial.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Los agentes confirman que la disputa también incluye la producción y procesamiento de hoja de coca, una actividad que antes se limitaba a otros países de la región.
“En uno de los últimos operativos encontramos marquillas, que identifican al grupo delictivo dueño de la droga y las rutas por las que la transportan,” explica un oficial.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Más allá de la lucha por el territorio, ambos grupos encuentran en la producción de coca una nueva fuente de ingresos.
Los agentes confirman que la disputa también incluye la producción y procesamiento de hoja de coca, una actividad que antes se limitaba a otros países de la región.
“En uno de los últimos operativos encontramos marquillas, que identifican al grupo delictivo dueño de la droga y las rutas por las que la transportan,” explica un oficial.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Más allá de la lucha por el territorio, ambos grupos encuentran en la producción de coca una nueva fuente de ingresos.
Los agentes confirman que la disputa también incluye la producción y procesamiento de hoja de coca, una actividad que antes se limitaba a otros países de la región.
“En uno de los últimos operativos encontramos marquillas, que identifican al grupo delictivo dueño de la droga y las rutas por las que la transportan,” explica un oficial.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
La estrategia de estos vigilantes incluye el uso de motociclistas que actúan como “banderas”, alertando a las organizaciones sobre la presencia de cualquier autoridad o intruso.
“Les están pagando cinco mil lempiras semanales por banderear”, comenta un agente. Este sistema de vigilancia permite que tanto los Montes Bobadilla como Los Castro mantengan el control y fluyan la información, haciendo de la región un punto ciego para la justicia.
La producción de coca en el epicentro
Más allá de la lucha por el territorio, ambos grupos encuentran en la producción de coca una nueva fuente de ingresos.
Los agentes confirman que la disputa también incluye la producción y procesamiento de hoja de coca, una actividad que antes se limitaba a otros países de la región.
“En uno de los últimos operativos encontramos marquillas, que identifican al grupo delictivo dueño de la droga y las rutas por las que la transportan,” explica un oficial.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Desde el momento en que las autoridades entran a la zona, ya están siendo monitoreadas por redes de vigilantes que trabajan para ambos grupos.
La estrategia de estos vigilantes incluye el uso de motociclistas que actúan como “banderas”, alertando a las organizaciones sobre la presencia de cualquier autoridad o intruso.
“Les están pagando cinco mil lempiras semanales por banderear”, comenta un agente. Este sistema de vigilancia permite que tanto los Montes Bobadilla como Los Castro mantengan el control y fluyan la información, haciendo de la región un punto ciego para la justicia.
La producción de coca en el epicentro
Más allá de la lucha por el territorio, ambos grupos encuentran en la producción de coca una nueva fuente de ingresos.
Los agentes confirman que la disputa también incluye la producción y procesamiento de hoja de coca, una actividad que antes se limitaba a otros países de la región.
“En uno de los últimos operativos encontramos marquillas, que identifican al grupo delictivo dueño de la droga y las rutas por las que la transportan,” explica un oficial.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Para las fuerzas de seguridad, enfrentar esta estructura ha sido una tarea difícil. “Necesitamos recursos y la efectividad es poca porque prácticamente mantienen sitiados estos puntos”, reconoce un agente antinarcóticos.
Desde el momento en que las autoridades entran a la zona, ya están siendo monitoreadas por redes de vigilantes que trabajan para ambos grupos.
La estrategia de estos vigilantes incluye el uso de motociclistas que actúan como “banderas”, alertando a las organizaciones sobre la presencia de cualquier autoridad o intruso.
“Les están pagando cinco mil lempiras semanales por banderear”, comenta un agente. Este sistema de vigilancia permite que tanto los Montes Bobadilla como Los Castro mantengan el control y fluyan la información, haciendo de la región un punto ciego para la justicia.
La producción de coca en el epicentro
Más allá de la lucha por el territorio, ambos grupos encuentran en la producción de coca una nueva fuente de ingresos.
Los agentes confirman que la disputa también incluye la producción y procesamiento de hoja de coca, una actividad que antes se limitaba a otros países de la región.
“En uno de los últimos operativos encontramos marquillas, que identifican al grupo delictivo dueño de la droga y las rutas por las que la transportan,” explica un oficial.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Para las fuerzas de seguridad, enfrentar esta estructura ha sido una tarea difícil. “Necesitamos recursos y la efectividad es poca porque prácticamente mantienen sitiados estos puntos”, reconoce un agente antinarcóticos.
Desde el momento en que las autoridades entran a la zona, ya están siendo monitoreadas por redes de vigilantes que trabajan para ambos grupos.
La estrategia de estos vigilantes incluye el uso de motociclistas que actúan como “banderas”, alertando a las organizaciones sobre la presencia de cualquier autoridad o intruso.
“Les están pagando cinco mil lempiras semanales por banderear”, comenta un agente. Este sistema de vigilancia permite que tanto los Montes Bobadilla como Los Castro mantengan el control y fluyan la información, haciendo de la región un punto ciego para la justicia.
La producción de coca en el epicentro
Más allá de la lucha por el territorio, ambos grupos encuentran en la producción de coca una nueva fuente de ingresos.
Los agentes confirman que la disputa también incluye la producción y procesamiento de hoja de coca, una actividad que antes se limitaba a otros países de la región.
“En uno de los últimos operativos encontramos marquillas, que identifican al grupo delictivo dueño de la droga y las rutas por las que la transportan,” explica un oficial.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Mientras tanto, Los Castro patrullan el corredor armado con rifles de asalto, sembrando miedo y terror.
“Están sembrando miedo, terror en la zona”, dice un poblador que ha sido testigo del incremento de la violencia.
Una zona sitiada
Para las fuerzas de seguridad, enfrentar esta estructura ha sido una tarea difícil. “Necesitamos recursos y la efectividad es poca porque prácticamente mantienen sitiados estos puntos”, reconoce un agente antinarcóticos.
Desde el momento en que las autoridades entran a la zona, ya están siendo monitoreadas por redes de vigilantes que trabajan para ambos grupos.
La estrategia de estos vigilantes incluye el uso de motociclistas que actúan como “banderas”, alertando a las organizaciones sobre la presencia de cualquier autoridad o intruso.
“Les están pagando cinco mil lempiras semanales por banderear”, comenta un agente. Este sistema de vigilancia permite que tanto los Montes Bobadilla como Los Castro mantengan el control y fluyan la información, haciendo de la región un punto ciego para la justicia.
La producción de coca en el epicentro
Más allá de la lucha por el territorio, ambos grupos encuentran en la producción de coca una nueva fuente de ingresos.
Los agentes confirman que la disputa también incluye la producción y procesamiento de hoja de coca, una actividad que antes se limitaba a otros países de la región.
“En uno de los últimos operativos encontramos marquillas, que identifican al grupo delictivo dueño de la droga y las rutas por las que la transportan,” explica un oficial.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
“El Mono”, prófugo de la justicia y último miembro identificado de la familia que da nombre a su agrupación, dirige ataques para defender su territorio.
Mientras tanto, Los Castro patrullan el corredor armado con rifles de asalto, sembrando miedo y terror.
“Están sembrando miedo, terror en la zona”, dice un poblador que ha sido testigo del incremento de la violencia.
Una zona sitiada
Para las fuerzas de seguridad, enfrentar esta estructura ha sido una tarea difícil. “Necesitamos recursos y la efectividad es poca porque prácticamente mantienen sitiados estos puntos”, reconoce un agente antinarcóticos.
Desde el momento en que las autoridades entran a la zona, ya están siendo monitoreadas por redes de vigilantes que trabajan para ambos grupos.
La estrategia de estos vigilantes incluye el uso de motociclistas que actúan como “banderas”, alertando a las organizaciones sobre la presencia de cualquier autoridad o intruso.
“Les están pagando cinco mil lempiras semanales por banderear”, comenta un agente. Este sistema de vigilancia permite que tanto los Montes Bobadilla como Los Castro mantengan el control y fluyan la información, haciendo de la región un punto ciego para la justicia.
La producción de coca en el epicentro
Más allá de la lucha por el territorio, ambos grupos encuentran en la producción de coca una nueva fuente de ingresos.
Los agentes confirman que la disputa también incluye la producción y procesamiento de hoja de coca, una actividad que antes se limitaba a otros países de la región.
“En uno de los últimos operativos encontramos marquillas, que identifican al grupo delictivo dueño de la droga y las rutas por las que la transportan,” explica un oficial.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Según agentes de inteligencia, la violencia estalló entre dos grupos que buscan dominar la región: Los Montes Bobadilla, liderados por Juan Carlos Montes Bobadilla, conocido como “El Mono”, y una organización emergente llamada Los Castro.
“El Mono”, prófugo de la justicia y último miembro identificado de la familia que da nombre a su agrupación, dirige ataques para defender su territorio.
Mientras tanto, Los Castro patrullan el corredor armado con rifles de asalto, sembrando miedo y terror.
“Están sembrando miedo, terror en la zona”, dice un poblador que ha sido testigo del incremento de la violencia.
Una zona sitiada
Para las fuerzas de seguridad, enfrentar esta estructura ha sido una tarea difícil. “Necesitamos recursos y la efectividad es poca porque prácticamente mantienen sitiados estos puntos”, reconoce un agente antinarcóticos.
Desde el momento en que las autoridades entran a la zona, ya están siendo monitoreadas por redes de vigilantes que trabajan para ambos grupos.
La estrategia de estos vigilantes incluye el uso de motociclistas que actúan como “banderas”, alertando a las organizaciones sobre la presencia de cualquier autoridad o intruso.
“Les están pagando cinco mil lempiras semanales por banderear”, comenta un agente. Este sistema de vigilancia permite que tanto los Montes Bobadilla como Los Castro mantengan el control y fluyan la información, haciendo de la región un punto ciego para la justicia.
La producción de coca en el epicentro
Más allá de la lucha por el territorio, ambos grupos encuentran en la producción de coca una nueva fuente de ingresos.
Los agentes confirman que la disputa también incluye la producción y procesamiento de hoja de coca, una actividad que antes se limitaba a otros países de la región.
“En uno de los últimos operativos encontramos marquillas, que identifican al grupo delictivo dueño de la droga y las rutas por las que la transportan,” explica un oficial.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
Francia, Limones e Icoteas se convierten en una zona de guerra donde el control del territorio es clave para el tráfico de drogas y la producción de hoja de coca.
Según agentes de inteligencia, la violencia estalló entre dos grupos que buscan dominar la región: Los Montes Bobadilla, liderados por Juan Carlos Montes Bobadilla, conocido como “El Mono”, y una organización emergente llamada Los Castro.
“El Mono”, prófugo de la justicia y último miembro identificado de la familia que da nombre a su agrupación, dirige ataques para defender su territorio.
Mientras tanto, Los Castro patrullan el corredor armado con rifles de asalto, sembrando miedo y terror.
“Están sembrando miedo, terror en la zona”, dice un poblador que ha sido testigo del incremento de la violencia.
Una zona sitiada
Para las fuerzas de seguridad, enfrentar esta estructura ha sido una tarea difícil. “Necesitamos recursos y la efectividad es poca porque prácticamente mantienen sitiados estos puntos”, reconoce un agente antinarcóticos.
Desde el momento en que las autoridades entran a la zona, ya están siendo monitoreadas por redes de vigilantes que trabajan para ambos grupos.
La estrategia de estos vigilantes incluye el uso de motociclistas que actúan como “banderas”, alertando a las organizaciones sobre la presencia de cualquier autoridad o intruso.
“Les están pagando cinco mil lempiras semanales por banderear”, comenta un agente. Este sistema de vigilancia permite que tanto los Montes Bobadilla como Los Castro mantengan el control y fluyan la información, haciendo de la región un punto ciego para la justicia.
La producción de coca en el epicentro
Más allá de la lucha por el territorio, ambos grupos encuentran en la producción de coca una nueva fuente de ingresos.
Los agentes confirman que la disputa también incluye la producción y procesamiento de hoja de coca, una actividad que antes se limitaba a otros países de la región.
“En uno de los últimos operativos encontramos marquillas, que identifican al grupo delictivo dueño de la droga y las rutas por las que la transportan,” explica un oficial.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
En las montañas del departamento de Colón, el silencio se rompió por el eco de las balas.
Francia, Limones e Icoteas se convierten en una zona de guerra donde el control del territorio es clave para el tráfico de drogas y la producción de hoja de coca.
Según agentes de inteligencia, la violencia estalló entre dos grupos que buscan dominar la región: Los Montes Bobadilla, liderados por Juan Carlos Montes Bobadilla, conocido como “El Mono”, y una organización emergente llamada Los Castro.
“El Mono”, prófugo de la justicia y último miembro identificado de la familia que da nombre a su agrupación, dirige ataques para defender su territorio.
Mientras tanto, Los Castro patrullan el corredor armado con rifles de asalto, sembrando miedo y terror.
“Están sembrando miedo, terror en la zona”, dice un poblador que ha sido testigo del incremento de la violencia.
Una zona sitiada
Para las fuerzas de seguridad, enfrentar esta estructura ha sido una tarea difícil. “Necesitamos recursos y la efectividad es poca porque prácticamente mantienen sitiados estos puntos”, reconoce un agente antinarcóticos.
Desde el momento en que las autoridades entran a la zona, ya están siendo monitoreadas por redes de vigilantes que trabajan para ambos grupos.
La estrategia de estos vigilantes incluye el uso de motociclistas que actúan como “banderas”, alertando a las organizaciones sobre la presencia de cualquier autoridad o intruso.
“Les están pagando cinco mil lempiras semanales por banderear”, comenta un agente. Este sistema de vigilancia permite que tanto los Montes Bobadilla como Los Castro mantengan el control y fluyan la información, haciendo de la región un punto ciego para la justicia.
La producción de coca en el epicentro
Más allá de la lucha por el territorio, ambos grupos encuentran en la producción de coca una nueva fuente de ingresos.
Los agentes confirman que la disputa también incluye la producción y procesamiento de hoja de coca, una actividad que antes se limitaba a otros países de la región.
“En uno de los últimos operativos encontramos marquillas, que identifican al grupo delictivo dueño de la droga y las rutas por las que la transportan,” explica un oficial.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.
La lucha por el dominio territorial y la producción de coca ha convertido a Francia, Limones e Icoteas, en Colón, en una zona de conflicto.
Çolón epicentro de violencia
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Una parte de Colón está bajo el asedio de dos grupos criminales que pelean el territorio. Foto creada con IA.
En las montañas del departamento de Colón, el silencio se rompió por el eco de las balas.
Francia, Limones e Icoteas se convierten en una zona de guerra donde el control del territorio es clave para el tráfico de drogas y la producción de hoja de coca.
Según agentes de inteligencia, la violencia estalló entre dos grupos que buscan dominar la región: Los Montes Bobadilla, liderados por Juan Carlos Montes Bobadilla, conocido como “El Mono”, y una organización emergente llamada Los Castro.
“El Mono”, prófugo de la justicia y último miembro identificado de la familia que da nombre a su agrupación, dirige ataques para defender su territorio.
Mientras tanto, Los Castro patrullan el corredor armado con rifles de asalto, sembrando miedo y terror.
“Están sembrando miedo, terror en la zona”, dice un poblador que ha sido testigo del incremento de la violencia.
Una zona sitiada
Para las fuerzas de seguridad, enfrentar esta estructura ha sido una tarea difícil. “Necesitamos recursos y la efectividad es poca porque prácticamente mantienen sitiados estos puntos”, reconoce un agente antinarcóticos.
Desde el momento en que las autoridades entran a la zona, ya están siendo monitoreadas por redes de vigilantes que trabajan para ambos grupos.
La estrategia de estos vigilantes incluye el uso de motociclistas que actúan como “banderas”, alertando a las organizaciones sobre la presencia de cualquier autoridad o intruso.
“Les están pagando cinco mil lempiras semanales por banderear”, comenta un agente. Este sistema de vigilancia permite que tanto los Montes Bobadilla como Los Castro mantengan el control y fluyan la información, haciendo de la región un punto ciego para la justicia.
La producción de coca en el epicentro
Más allá de la lucha por el territorio, ambos grupos encuentran en la producción de coca una nueva fuente de ingresos.
Los agentes confirman que la disputa también incluye la producción y procesamiento de hoja de coca, una actividad que antes se limitaba a otros países de la región.
“En uno de los últimos operativos encontramos marquillas, que identifican al grupo delictivo dueño de la droga y las rutas por las que la transportan,” explica un oficial.
Estas marquillas son símbolos que señalan el destino de la droga: marcas de lujo, números, figuras o iniciales que dan una identidad a los paquetes.
“Tenían todo para operar, pero como siempre, no se logró capturar a nadie,” lamenta el agente.
Colombianos en el proceso
La influencia externa también juega un papel en este conflicto. Las autoridades identifican la presencia de colombianos en las zonas de cultivo de Colón.
Estos colombianos no solo exploran terrenos para la siembra, sino que capacitan a locales en la producción de pasta base de coca.
Esta mano de obra calificada permite que la producción se establezca en Honduras, acortando la distancia hacia los mercados de México y Estados Unidos, y reduce costos para los cárteles.
El miedo que se respira
Pero detrás de la guerra entre estas facciones, hay un miedo latente que se siente en las comunidades afectadas.
Las historias de amenazas, desapariciones y ataques constantes llevan a muchos habitantes a huir.
“Si uno habla lo matan, si ven extraños te vigilan; aquí es ver, oír y callar”, comenta un hombre que decidió dejar su hogar.
Las áreas de cultivo de coca se encuentran en comunidades campesinas, con recursos limitados y mínima presencia policial.
Las autoridades reconocen que transportar pasta base de coca hacia el norte supone menos riesgos económicos en caso de confiscaciones, lo que impulsa la expansión de estos cultivos en Honduras.
La disputa entre Los Montes Bobadilla y Los Castro en Colón, alimentada por la producción de coca y la necesidad de controlar rutas clave, transforma las comunidades de Colón en una zona de alto riesgo.
Mientras las autoridades intentan contener una guerra que parece no tener fin, los pobladores solo pueden esperar que un día el sonido de las balas se apague y la paz regrese a sus tierras.
Sin embargo, con el crecimiento de la actividad del narcotráfico, el camino hacia la estabilidad se vuelve cada vez más incierto.