Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
“En Honduras no hay investigación criminal adecuada; el índice de impunidad en homicidios en 2022 fue del 87%, una cifra alarmante”.
Esta carencia también se refleja en la ausencia de estudios académicos que aborden el narcotráfico de forma independiente.
En octubre de 2011 la guerra entre carteles dejó seis muertos en el aeropuerto Ramón Villeda Morales en La Lima, Cortés.
Víctimas de una guerra interminable
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
El analista de seguridad Kenneth Madrid señala que la falta de investigación científica ha contribuido a perpetuar esta situación:
“En Honduras no hay investigación criminal adecuada; el índice de impunidad en homicidios en 2022 fue del 87%, una cifra alarmante”.
Esta carencia también se refleja en la ausencia de estudios académicos que aborden el narcotráfico de forma independiente.
En octubre de 2011 la guerra entre carteles dejó seis muertos en el aeropuerto Ramón Villeda Morales en La Lima, Cortés.
Víctimas de una guerra interminable
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Esta relación cómplice ha permitido que el crimen organizado opere con total impunidad.
El analista de seguridad Kenneth Madrid señala que la falta de investigación científica ha contribuido a perpetuar esta situación:
“En Honduras no hay investigación criminal adecuada; el índice de impunidad en homicidios en 2022 fue del 87%, una cifra alarmante”.
Esta carencia también se refleja en la ausencia de estudios académicos que aborden el narcotráfico de forma independiente.
En octubre de 2011 la guerra entre carteles dejó seis muertos en el aeropuerto Ramón Villeda Morales en La Lima, Cortés.
Víctimas de una guerra interminable
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Las drogas infiltraron la política, las Fuerzas Armadas, Policía, Poder Judicial y las instituciones gubernamentales.
Esta relación cómplice ha permitido que el crimen organizado opere con total impunidad.
El analista de seguridad Kenneth Madrid señala que la falta de investigación científica ha contribuido a perpetuar esta situación:
“En Honduras no hay investigación criminal adecuada; el índice de impunidad en homicidios en 2022 fue del 87%, una cifra alarmante”.
Esta carencia también se refleja en la ausencia de estudios académicos que aborden el narcotráfico de forma independiente.
En octubre de 2011 la guerra entre carteles dejó seis muertos en el aeropuerto Ramón Villeda Morales en La Lima, Cortés.
Víctimas de una guerra interminable
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Honduras se convirtió en un punto estratégico para el tráfico de cocaína desde Sudamérica hacia Estados Unidos.
Las drogas infiltraron la política, las Fuerzas Armadas, Policía, Poder Judicial y las instituciones gubernamentales.
Esta relación cómplice ha permitido que el crimen organizado opere con total impunidad.
El analista de seguridad Kenneth Madrid señala que la falta de investigación científica ha contribuido a perpetuar esta situación:
“En Honduras no hay investigación criminal adecuada; el índice de impunidad en homicidios en 2022 fue del 87%, una cifra alarmante”.
Esta carencia también se refleja en la ausencia de estudios académicos que aborden el narcotráfico de forma independiente.
En octubre de 2011 la guerra entre carteles dejó seis muertos en el aeropuerto Ramón Villeda Morales en La Lima, Cortés.
Víctimas de una guerra interminable
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Honduras se convirtió en un punto estratégico para el tráfico de cocaína desde Sudamérica hacia Estados Unidos.
Las drogas infiltraron la política, las Fuerzas Armadas, Policía, Poder Judicial y las instituciones gubernamentales.
Esta relación cómplice ha permitido que el crimen organizado opere con total impunidad.
El analista de seguridad Kenneth Madrid señala que la falta de investigación científica ha contribuido a perpetuar esta situación:
“En Honduras no hay investigación criminal adecuada; el índice de impunidad en homicidios en 2022 fue del 87%, una cifra alarmante”.
Esta carencia también se refleja en la ausencia de estudios académicos que aborden el narcotráfico de forma independiente.
En octubre de 2011 la guerra entre carteles dejó seis muertos en el aeropuerto Ramón Villeda Morales en La Lima, Cortés.
Víctimas de una guerra interminable
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
El entonces ministro de Seguridad, Óscar Álvarez, minimizó el hecho atribuyéndolo a disputas entre pandillas:
“Fue un pleito entre maras”. Este tipo de explicaciones han sido constantes, invisibilizando cómo la narcopolítica y la corrupción permitieron el crecimiento de esta violencia según expertos.
La masacre de la zapatería en San Pedro Sula en 2010, es una de las grandes tragedias de la guerra del crimen organizado y narcotráfico.
El papel del narcotráfico en la violencia
Honduras se convirtió en un punto estratégico para el tráfico de cocaína desde Sudamérica hacia Estados Unidos.
Las drogas infiltraron la política, las Fuerzas Armadas, Policía, Poder Judicial y las instituciones gubernamentales.
Esta relación cómplice ha permitido que el crimen organizado opere con total impunidad.
El analista de seguridad Kenneth Madrid señala que la falta de investigación científica ha contribuido a perpetuar esta situación:
“En Honduras no hay investigación criminal adecuada; el índice de impunidad en homicidios en 2022 fue del 87%, una cifra alarmante”.
Esta carencia también se refleja en la ausencia de estudios académicos que aborden el narcotráfico de forma independiente.
En octubre de 2011 la guerra entre carteles dejó seis muertos en el aeropuerto Ramón Villeda Morales en La Lima, Cortés.
Víctimas de una guerra interminable
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Las masacres se cuentan por decenas, como la ocurrida en una zapatería de San Pedro Sula en 2010, donde 18 personas fueron asesinadas.
El entonces ministro de Seguridad, Óscar Álvarez, minimizó el hecho atribuyéndolo a disputas entre pandillas:
“Fue un pleito entre maras”. Este tipo de explicaciones han sido constantes, invisibilizando cómo la narcopolítica y la corrupción permitieron el crecimiento de esta violencia según expertos.
La masacre de la zapatería en San Pedro Sula en 2010, es una de las grandes tragedias de la guerra del crimen organizado y narcotráfico.
El papel del narcotráfico en la violencia
Honduras se convirtió en un punto estratégico para el tráfico de cocaína desde Sudamérica hacia Estados Unidos.
Las drogas infiltraron la política, las Fuerzas Armadas, Policía, Poder Judicial y las instituciones gubernamentales.
Esta relación cómplice ha permitido que el crimen organizado opere con total impunidad.
El analista de seguridad Kenneth Madrid señala que la falta de investigación científica ha contribuido a perpetuar esta situación:
“En Honduras no hay investigación criminal adecuada; el índice de impunidad en homicidios en 2022 fue del 87%, una cifra alarmante”.
Esta carencia también se refleja en la ausencia de estudios académicos que aborden el narcotráfico de forma independiente.
En octubre de 2011 la guerra entre carteles dejó seis muertos en el aeropuerto Ramón Villeda Morales en La Lima, Cortés.
Víctimas de una guerra interminable
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Desde el año 2000, Honduras vive una escalada de violencia que dejó cientos de miles de muertes y desapariciones.
Las masacres se cuentan por decenas, como la ocurrida en una zapatería de San Pedro Sula en 2010, donde 18 personas fueron asesinadas.
El entonces ministro de Seguridad, Óscar Álvarez, minimizó el hecho atribuyéndolo a disputas entre pandillas:
“Fue un pleito entre maras”. Este tipo de explicaciones han sido constantes, invisibilizando cómo la narcopolítica y la corrupción permitieron el crecimiento de esta violencia según expertos.
La masacre de la zapatería en San Pedro Sula en 2010, es una de las grandes tragedias de la guerra del crimen organizado y narcotráfico.
El papel del narcotráfico en la violencia
Honduras se convirtió en un punto estratégico para el tráfico de cocaína desde Sudamérica hacia Estados Unidos.
Las drogas infiltraron la política, las Fuerzas Armadas, Policía, Poder Judicial y las instituciones gubernamentales.
Esta relación cómplice ha permitido que el crimen organizado opere con total impunidad.
El analista de seguridad Kenneth Madrid señala que la falta de investigación científica ha contribuido a perpetuar esta situación:
“En Honduras no hay investigación criminal adecuada; el índice de impunidad en homicidios en 2022 fue del 87%, una cifra alarmante”.
Esta carencia también se refleja en la ausencia de estudios académicos que aborden el narcotráfico de forma independiente.
En octubre de 2011 la guerra entre carteles dejó seis muertos en el aeropuerto Ramón Villeda Morales en La Lima, Cortés.
Víctimas de una guerra interminable
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Desde el año 2000, Honduras vive una escalada de violencia que dejó cientos de miles de muertes y desapariciones.
Las masacres se cuentan por decenas, como la ocurrida en una zapatería de San Pedro Sula en 2010, donde 18 personas fueron asesinadas.
El entonces ministro de Seguridad, Óscar Álvarez, minimizó el hecho atribuyéndolo a disputas entre pandillas:
“Fue un pleito entre maras”. Este tipo de explicaciones han sido constantes, invisibilizando cómo la narcopolítica y la corrupción permitieron el crecimiento de esta violencia según expertos.
La masacre de la zapatería en San Pedro Sula en 2010, es una de las grandes tragedias de la guerra del crimen organizado y narcotráfico.
El papel del narcotráfico en la violencia
Honduras se convirtió en un punto estratégico para el tráfico de cocaína desde Sudamérica hacia Estados Unidos.
Las drogas infiltraron la política, las Fuerzas Armadas, Policía, Poder Judicial y las instituciones gubernamentales.
Esta relación cómplice ha permitido que el crimen organizado opere con total impunidad.
El analista de seguridad Kenneth Madrid señala que la falta de investigación científica ha contribuido a perpetuar esta situación:
“En Honduras no hay investigación criminal adecuada; el índice de impunidad en homicidios en 2022 fue del 87%, una cifra alarmante”.
Esta carencia también se refleja en la ausencia de estudios académicos que aborden el narcotráfico de forma independiente.
En octubre de 2011 la guerra entre carteles dejó seis muertos en el aeropuerto Ramón Villeda Morales en La Lima, Cortés.
Víctimas de una guerra interminable
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Cada asesinato, lo relacionan con ajustes de cuentas y parece justificar una tragedia, mientras el país, sumido en una guerra del narcotráfico que empezó a finales del siglo pasado, sigue sin encontrar respuestas.
Para las víctimas y sus familias, esta narrativa borra sus historias, reduce sus vidas a estereotipos y perpetúa la impunidad.
La impunidad como regla
Desde el año 2000, Honduras vive una escalada de violencia que dejó cientos de miles de muertes y desapariciones.
Las masacres se cuentan por decenas, como la ocurrida en una zapatería de San Pedro Sula en 2010, donde 18 personas fueron asesinadas.
El entonces ministro de Seguridad, Óscar Álvarez, minimizó el hecho atribuyéndolo a disputas entre pandillas:
“Fue un pleito entre maras”. Este tipo de explicaciones han sido constantes, invisibilizando cómo la narcopolítica y la corrupción permitieron el crecimiento de esta violencia según expertos.
La masacre de la zapatería en San Pedro Sula en 2010, es una de las grandes tragedias de la guerra del crimen organizado y narcotráfico.
El papel del narcotráfico en la violencia
Honduras se convirtió en un punto estratégico para el tráfico de cocaína desde Sudamérica hacia Estados Unidos.
Las drogas infiltraron la política, las Fuerzas Armadas, Policía, Poder Judicial y las instituciones gubernamentales.
Esta relación cómplice ha permitido que el crimen organizado opere con total impunidad.
El analista de seguridad Kenneth Madrid señala que la falta de investigación científica ha contribuido a perpetuar esta situación:
“En Honduras no hay investigación criminal adecuada; el índice de impunidad en homicidios en 2022 fue del 87%, una cifra alarmante”.
Esta carencia también se refleja en la ausencia de estudios académicos que aborden el narcotráfico de forma independiente.
En octubre de 2011 la guerra entre carteles dejó seis muertos en el aeropuerto Ramón Villeda Morales en La Lima, Cortés.
Víctimas de una guerra interminable
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
“Andaba en malos pasos”. Esta frase, repetida por ciudadanos y autoridades, es el epitafio no oficial que sella miles demuertes en Honduras.
Cada asesinato, lo relacionan con ajustes de cuentas y parece justificar una tragedia, mientras el país, sumido en una guerra del narcotráfico que empezó a finales del siglo pasado, sigue sin encontrar respuestas.
Para las víctimas y sus familias, esta narrativa borra sus historias, reduce sus vidas a estereotipos y perpetúa la impunidad.
La impunidad como regla
Desde el año 2000, Honduras vive una escalada de violencia que dejó cientos de miles de muertes y desapariciones.
Las masacres se cuentan por decenas, como la ocurrida en una zapatería de San Pedro Sula en 2010, donde 18 personas fueron asesinadas.
El entonces ministro de Seguridad, Óscar Álvarez, minimizó el hecho atribuyéndolo a disputas entre pandillas:
“Fue un pleito entre maras”. Este tipo de explicaciones han sido constantes, invisibilizando cómo la narcopolítica y la corrupción permitieron el crecimiento de esta violencia según expertos.
La masacre de la zapatería en San Pedro Sula en 2010, es una de las grandes tragedias de la guerra del crimen organizado y narcotráfico.
El papel del narcotráfico en la violencia
Honduras se convirtió en un punto estratégico para el tráfico de cocaína desde Sudamérica hacia Estados Unidos.
Las drogas infiltraron la política, las Fuerzas Armadas, Policía, Poder Judicial y las instituciones gubernamentales.
Esta relación cómplice ha permitido que el crimen organizado opere con total impunidad.
El analista de seguridad Kenneth Madrid señala que la falta de investigación científica ha contribuido a perpetuar esta situación:
“En Honduras no hay investigación criminal adecuada; el índice de impunidad en homicidios en 2022 fue del 87%, una cifra alarmante”.
Esta carencia también se refleja en la ausencia de estudios académicos que aborden el narcotráfico de forma independiente.
En octubre de 2011 la guerra entre carteles dejó seis muertos en el aeropuerto Ramón Villeda Morales en La Lima, Cortés.
Víctimas de una guerra interminable
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.
Desde el año 2000, Honduras se ha convertido en el campo de batalla de una guerra que deja miles de víctimas, donde las vidas perdidas se justifican bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
“Andaba en malos pasos”. Esta frase, repetida por ciudadanos y autoridades, es el epitafio no oficial que sella miles demuertes en Honduras.
Cada asesinato, lo relacionan con ajustes de cuentas y parece justificar una tragedia, mientras el país, sumido en una guerra del narcotráfico que empezó a finales del siglo pasado, sigue sin encontrar respuestas.
Para las víctimas y sus familias, esta narrativa borra sus historias, reduce sus vidas a estereotipos y perpetúa la impunidad.
La impunidad como regla
Desde el año 2000, Honduras vive una escalada de violencia que dejó cientos de miles de muertes y desapariciones.
Las masacres se cuentan por decenas, como la ocurrida en una zapatería de San Pedro Sula en 2010, donde 18 personas fueron asesinadas.
El entonces ministro de Seguridad, Óscar Álvarez, minimizó el hecho atribuyéndolo a disputas entre pandillas:
“Fue un pleito entre maras”. Este tipo de explicaciones han sido constantes, invisibilizando cómo la narcopolítica y la corrupción permitieron el crecimiento de esta violencia según expertos.
La masacre de la zapatería en San Pedro Sula en 2010, es una de las grandes tragedias de la guerra del crimen organizado y narcotráfico.
El papel del narcotráfico en la violencia
Honduras se convirtió en un punto estratégico para el tráfico de cocaína desde Sudamérica hacia Estados Unidos.
Las drogas infiltraron la política, las Fuerzas Armadas, Policía, Poder Judicial y las instituciones gubernamentales.
Esta relación cómplice ha permitido que el crimen organizado opere con total impunidad.
El analista de seguridad Kenneth Madrid señala que la falta de investigación científica ha contribuido a perpetuar esta situación:
“En Honduras no hay investigación criminal adecuada; el índice de impunidad en homicidios en 2022 fue del 87%, una cifra alarmante”.
Esta carencia también se refleja en la ausencia de estudios académicos que aborden el narcotráfico de forma independiente.
En octubre de 2011 la guerra entre carteles dejó seis muertos en el aeropuerto Ramón Villeda Morales en La Lima, Cortés.
Víctimas de una guerra interminable
Las historias de las víctimas se ignoran y trivializan bajo el estigma de “andaban en malos pasos”.
Este discurso afecta tanto a hombres como a mujeres, quienes, en muchos casos, los obligan a participar en la cadena del narcotráfico por pobreza, falta de oportunidades o violencia.
Las mujeres, enfrentan riesgos extra al usarlas como “mulas” para transportar droga, mientras los capos son intocables en la cúpula de la pirámide criminal.
El miedo se convirtió en una emoción constante para los hondureños. El modus operandi de los narcotraficantes incluye ataques coordinados con armas de alto calibre, ejecuciones en público y un control territorial despiadado.
Las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 también contribuyen a esta dinámica de terror con enfrentamientos armados y extorsiones.
De la banana a la cocaína
En menos de dos décadas, Honduras pasó de ser conocida como una república bananera a convertirse en un bastión del narcotráfico.
Los problemas estructurales, como la pobreza y la desigualdad, permitieron que el crimen organizado prosperara.
La narrativa de “militaricemos para resolver” solo ha agravado la situación, dejando a las comunidades atrapadas entre la violencia y el abandono estatal.
Un futuro incierto
Aunque Honduras cuenta hoy con más estudios y datos sobre el impacto del narcotráfico, estos avances no logran romper el ciclo de violencia.
La frase “andaba en malos pasos” es para los expertos una excusa para no investigar, y las soluciones estructurales son reemplazadas por medidas de corto plazo.
Si el país no toma medidas concretas para fortalecer su institucionalidad, es probable que siga siendo un terreno fértil para el crimen organizado y la impunidad.
Honduras está en una encrucijada: o enfrenta sus problemas de manera integral, o corre el riesgo de que la “república del narco” sea su legado permanente.